El fin del moralismo y del silencio

Por Analía García, militante argentina en colaboración con el Repórter Popular

(Ao fim da página, versão traduzida para o português)

El pasado 13 de junio, Argentina dio un paso muy grande hacia adelante. La media sanción del proyecto de ley sobre la despenalización del aborto arroja luz sobre la oscuridad provocada por largos silencios y ataduras morales.

Las cadenas materiales, simbólicas y morales, puestas sobre nuestros pensamientos, discursos y cuerpo físico vienen de antaño. Lentamente, nosotras las mujeres comenzamos a arrancar esos forjes no sin lucha, no sin miedo, no sin incertidumbre, pero si también con organización, pasión y deseos de libertad.

Durante años callamos la violencia ejercida por una sociedad machista que colonizó nuestros pensamientos, haciéndonos creer que estaba bien callar, avergonzarse y culparse. Que nuestro rol como mujeres en esta sociedad era ser madres, quedarnos en nuestra casa, cuidar de nuestros hijos y cumplir con los mandatos sociales impuestos para ser buenas mujeres.

Aprendimos a bajar la cabeza, a no mirar a los ojos a quienes nos maltrataban psicológica, verbal y hasta físicamente, porque si alzábamos la mirada y levantábamos la voz éramos, y aún somos vistas por muchas personas, como histéricas; pero si bajábamos nuestra mirada, si asentíamos a la imposición, sólo lográbamos seguir resquebrajándonos por dentro y darle la espalda a nuestro ser, a nuestra alma que solicitaba internamente a gritos decir Basta! decir: Ya no puedo más con este dolor adentro!.

Aprendimos a tapar esas fisuras que con el paso del tiempo se fueron haciendo abismos del que no podíamos ver su fondo, nos desarmamos internamente hasta el punto de no saber quiénes éramos, quienes queríamos ser y aceptamos las tormentas que nos invadían porque debíamos pagar, porque la moral nos decía que éramos culpables. ¿Culpables de qué?.

Todas estas ataduras, me recuerdan que durante el paro de mujeres del 19 de octubre de 2016, dejé mis actividades laborales y vestí mi ropa negra (tal como indicaba la consigna) con la intensión de asistir a la movilización. Una jaula mental, oprimió todo mi cuerpo y no me permitió moverme, quedé sentada inmóvil por dos horas mirando el encuentro por las noticias. El miedo y la vergüenza al: ¿Que vendrá después? Me llevaron a ejercer violencia sobre mi misma y dejar mi cuerpo y todo mi ser enjaulado entre el que hacer y que no hacer…

A pesar de los años de terapia y de trabajo interior, fue recién el año pasado que pude por primera vez asistir a las movilizaciones y dejar que todas las emociones me invadieran al mismo tiempo. El sentir y compartir las diferentes sensaciones con todas esas compañeras que han pasado por hechos similares o incluso peores, el sentir a las que ya no están presentes físicamente, me dio la fortaleza que aún me faltaba para pararme y enfrentarme a aquellos recuerdos y vivencias que aún me seguían y siguen truncando.

Rehacerse, no es tarea fácil. Implica empezar a excavar dentro de uno mismo y recuperar fragmentos de un pasado que a veces es mejor olvidar. Como piezas de una vasija arqueológica, que por más que sea remontada siempre persisten en ella fisuras que semejan

fayas estructurales que te hacen pensar, entre tantas cosas: ¿Cómo hubiese sido mi vida si no hubiese pasado por esto? Seguida a esa incertidumbre invade la oscuridad del saber que esa respuesta nunca va a llegar. Después, viene la negociación constante con una misma. ¿Hasta dónde excavo? ¿Sigo buscando? O ¿Trato de reconciliarme con ello de la mejor manera posible para seguir adelante?. Por último, viene la aceptación y el aprender a vivir con esa eterna incertidumbre dentro.

Durante mi formación académica tuve la suerte y aún la tengo, de conocer personas de diferentes continentes. Ell@s siempre me dijeron que las movilizaciones y las luchas sociales en Argentina eran observadas y tomadas como ejemplo en el mundo. Debo admitir que esa afirmación siempre me pareció algo un tanto exagerada. Pero hoy, viviendo temporalmente en un país vecino, me doy cuenta que ese comentario era cierto. La angustia y al mismo tiempo la emoción que sentí por no haber podido estar este 13 de junio en el congreso, me permitió ver, pero sobre todo sentir el ECO de todas las mujeres que estuvieron allí presentes física y espiritualmente.

La vibración de su andar, de sus cantos, de sus risas, de sus gritos de emoción y de sus llantos, se hizo escuchar no solo en el congreso, sino también en otros muchos rincones que aún siguen silenciados y ocultos.

Las largas batallas de muchas mujeres que se atrevieron a gritar a pesar de ser juzgadas. Que se animaron a luchar por ser libres y a alcanzar sus sueños sin importar las tempestades, hizo que de a poco nos fuéramos sumando más y más mujeres a esta batalla, que no es sólo contra las ataduras morales; son luchas que trascienden las fronteras en todos los sentidos. Porque la Moral y el Silencio no son más que formas sutiles de control, dominación y censura impuestas desde afuera e impuestas por nosotras mismas.

Es oír y ser oídas de que nosotras tenemos derecho a decidir por nosotras, que no somos mejores o peores mujeres porque decidimos no ser madres, o porque decidimos no tener un hijo producto de una violación. Es decir: No soy una asesina por tomar esta decisión a la que tuve que llegar porque alguien más, primero me hizo un daño inaguantable e irreparable…. Es decir: Necesito que estés ahí para asegurarme de que a pesar de esta decisión difícil que tomé, y de la pesadilla por la que pasé sé que nada más va a pasarme… Qué no voy a morir en el intento de repararme y rearmarme.

Esta batalla ganada, no es solo por todas nosotras que hoy seguimos aquí, es sobre todo por todas esas MUJERES, que lamentablemente ya no están en nuestras filas.

Por todas nosotras Siempre!

Sin #AbortoLegal no hay #NiUnaMenos

#QueSeaLey

 

Versão traduzida Repórter Popular

O fim do moralismo e do silêncio

Por Analía Garcia, militante argentina em colaboração para o Repórter Popular

No último dia 13 de junho, Argentina deu um passo muito grande para frente. A meia sanção do projeto de lei sobre a despenalização do aborto lança luz sobre a obscuridade provocada por grandes silêncios e ataduras morais. As cadeias materiais, simbólicas e morais, postas sobre nossos pensamentos, discursos e corpo físico vêm do passado. Lentamente, nós, mulheres, começamos a arrancar essas correntes, não sem luta, não sem medo, não sem incertezas, mas também com organização, paixão e desejos de liberdade.

Durante anos calamos a violência exercida por uma sociedade machista que colonizou nossos pensamentos, fazendo-nos crer que estava certo calar, envergonhar-se e culpar-se. Que nosso papel como mulheres nesta sociedade era ser mães, ficarmos em nossa casa, cuidar de nossos filhos e cumprir com os mandos sociais impostos para ser boas mulheres.

Aprendemos que devíamos baixar a cabeça, a não olhar nos olhos a quem nos maltratava psicológica, verbal e até fisicamente, porque se erguêssemos o olhar e levantassemos a voz éramos, e ainda somos vistas por muitas pessoas, como histéricas; mas se baixássemos nosso olhar, se assentíssemos à imposição, só conseguíamos seguir quebrando-nos por dentro e voltando as costas para nosso ser, para nossa alma que solicitava internamente a gritos dizer “Basta!”, dizer: “Já não posso mais com esta dor por dentro!.

Aprendemos a encobrir essas fissuras que com o tempo se foram convertendo em abismos em que não podíamos ver o fundo, nos desarmamos internamente até o ponto de não saber quem éramos, quem queríamos ser e aceitamos as tormentas que nos invadiam porque deveríamos pagar, porque a moral nos dizia que, éramos culpadas. Culpadas de quê?

Todas essas amarras, me recordam que durante a greve de mulheres de 19 de outubro de 2016, deixei minhas atividades de trabalho e vesti minha roupa preta (tal como indicava a consigna) com a intenção de participar da mobilização. Uma jaula mental oprimiu todo meu corpo e não me permitiu mover-me, fiquei sentada, imóvel por duas horas vendo o encontro pelas notícias. O medo e a vergonha do “Que virá depois?” me levaram a exercer a violência sobre mim mesma e deixar meu corpo e todo meu ser enjaulado entre o que fazer e o que não fazer…

Apesar dos anos de terapia e de trabalho interior, foi recém no ano passado que pude pela primeira vez participar das mobilizações e deixar que todas as emoções me invadissem ao mesmo tempo. O sentir e compartilhar as diferentes sensações com todas essas companheiras que passaram por coisas semelhantes e inclusive piores, sentir as que já não estavam fisicamente, me deu a fortaleza que ainda me faltava para parar e enfrentar em mim aquelas memórias e vivências que ainda seguem machucando.

Refazer-se não é tarefa fácil. Implica começar a escavar dentro de si mesmo e recuperar fragmentos de um passado que às vezes é melhor esquecer. Como peças de uma vasilha arqueológica, que por mais que seja remontada sempre persistem nela fissuras que se assemelham a falhas estruturais que te fazem pensar, entre tantas coisas: Como teria sido minha vida se não tivesse passado por isso? Seguindo essa incerteza invade a obscuridade de saber que essa resposta nunca vai chegar. Depois vem a negociação constante consigo mesma: Até onde escavo? Sigo buscando? Ou trato de me reconciliar com isso da melhor maneira possível para seguir adiante? Por último, vem a aceitação e o aprender a viver com essa eterna incerteza por dentro.

Durante minha formação acadêmica tive a sorte, e ainda tenho, de conhecer pessoas de diferentes continentes. El@s sempre me disseram que as mobilizações e as lutas sociais na Argentina eram observadas e tomadas como exemplo o mundo. Devo admitir que essa afirmação sempre me pareceu algo um tanto exagerada. Mas hoje, vivendo temporariamente num país vizinho, me dou conta que esse comentário era certo. A angústia e ao mesmo tempo a emoção que senti por não poder estar neste 13 de junho em frente ao congresso, me permitiu ver, e sobretudo sentir o ECO de todas as mulheres que estiveram ali presentes física e espiritualmente.

A vibração de sua caminhada, de seus cantos, de seus sorrisos, de seus gritos de emoção e de seus prantos, se fez escutar não só no congresso, mas também em muitos outros rincões que ainda seguem silenciados e ocultos.

As longas batalhas de muitas mulheres que se atreveram a gritar apesar de ser julgadas.

Que se animaram a lutar para ser livres e a alcançar seus sonhos sem importar as tempestades, fez com que pouco a pouco fossemos nos somando, mais e mais mulheres nesta batalha, que não é só contra as amarras morais; são lutas que transcendem as fronteiras em todos os sentidos. Porque a Moral e o Silêncio não são mais do que formas sutis de controle, dominação e censura impostas desde fora e impostas por nós mesmas.

É ouvir e sermos ouvidas, de que nós temos direito a decidir por nós mesmas, que não somos mulheres melhores ou piores porque decidimos não ser mães, ou porque decidimos não ter um filho fruto de uma violação. É dizer: não sou uma assassina por tomar essa decisão a que tive que chegar porque alguém mais, primeiro me fez um dano insuportável e irreparável…É dizer: necessito que esteja aí para assegurar-me de que apesar desta decisão difícil que tomei, e o pesadelo que passei sei que nada mais vai me acontecer…Que não vou morrer com a intenção de reparar-me e me rearmar.

Essa batalha ganha, não é somente por todas nós que hoje seguimos aqui, é sobretudo por todas essas MULHERES, que lamentavelmente já não estão em nossas filas.

Por todas nós Sempre!

Sem #AbortoLegal não há #NemUmaMenos

#QueSejaLei

Imagem: Emergentes (CC BY-NC 2.0)